ANTONIO MEJÍA GUTIERREZ
JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA
ANTONIO MEJÍA GUTIERREZ
JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA
ANTONIO MEJÍA GUTIERREZ
Abogado, sociólogo y escritor marselles, nacido en el corregimiento Alto Cauca en el año 1942, en una familia conformada por 10 hermanos Es evidente su cercanía a Esopo, La Fontaine, Samaniego o Iriarte y el quinto tema en el que gira su literatura es su profunda vocación ecologista, su profundo amor por el medio ambiente y su profundo respeto por la naturaleza. Se decía de él que” era un niño grande que escribía para niños pequeños”.
Título de uno de sus libros: “Cuando las tortugas corrían”. De su producción bibliográfica forman parte estos títulos adicionales: “Palabras al hijo para que no use cauchera”, “La otra casa”, “Luis Tejada, sociólogo de lo cotidiano”, “La historia del árbol enano”, “Cuando la paz y cuando la guerra”, “El extraño caso del policía brumoso”, “El buscador de tesoros”, “Canaguay”, “Los molinos del derecho”, “Poemas de paso colombiano” y “No más miedo”, que recoge las verdaderas historias de personajes de la picaresca como “El putas de Aguadas”, “El puto erizo”, “El tigre de Amalfi” y “El alcalde de Apía”. Es el autor del himno a Marsella.
Bachiller del Instituto Universitario de Caldas; abogado y sociólogo de la Universidad Nacional, de Bogotá, fue el quinto de diez hermanos, nacidos todos en Marsella, cuando este municipio hacia parte del Caldas de la bambuquera mariposa verde. De familia conservadora laureanista, él fue el único de la camada que militó en el MRL y en Liberalismo. En representación de este partido fue Contralor general del departamento de Caldas y concejal de Manizales y de Marsella. En su época estudiantil, en Bogotá, fue amigo y compañero del cura Camilo Torres, antes de que empuñara las armas. Le tocó presenciar en la Ciudad Universitaria el episodio en el que unos estudiantes desadaptados casi linchan al entonces presidente Carlos Lleras Restrepo. Conoció a Moscú por cuenta de la FUN, (Fundación Universitaria Nacional). Ameno conversador, dueño de un gran sentido del humor y de anecdotario inagotable, el más sensible, amable, cariñoso y respetuoso de los Mejía Gutiérrez . Murió en Manizales en el año 2009.
BIBLIOGRAFÍA
Periódico La PATRIA, Manizales, febrero de 2009
El drama de un Lafontaine criollo
Contraplano
ORLANDO CADAVID CORREA
ORLANDO CADAVID CORREA
Entrevista
Emisora Radio Cóndor. Universidad Autónoma de Manizales
Por: MARIA VIRGINIA SANTANDER Y JUAN CARLOS ACEVEDO RAMOS
Programa de literatura: Nuestros maestros
Programa de literatura: Nuestros maestros
EL FANTASMA DE LA LAGUNA CHIQUITA
Antonio Mejía Gutierrez
Enseguida del cementerio, había una laguna chiquita. Los muchachos íbamos a coger icoteas para apostar carreras y los renacuajos botaban la cola cuando ya no les servía de alimento.
Para aprender a ser hombres, íbamos por la noche al cementerio hasta que los Restrepos vieron unas lucecítas en la laguna. Entonces corrió la voz: hay un fantasma en la laguna chiquita. Doña Susana Parra, en cuyos terneros nos montábamos al regreso de la Escuela, describía al fantasma de la siguiente manera: es un esqueleto gordo, que perteneció a un hombre flaco y malo. Tiene la voz de los lobos y las uñas de los tigres. En cuerpo y alma se lleva a los muchachos que cogen icoteas en le laguna chiquita y que se montan en los terneros en el potrero de mi casa.
Pero el Maestro dijo un día que las lucecitas de la laguna no provenían del esqueleto gordo sino que era el gas de los pantanos, o fuegos fatuos, que llaman. Que éso era normal y que era un asunto de física y de química, cuando se pudren los huesos de los animales y las maderas de las plantas.
El fantasma de la laguna chiquita se murió en nuestra imaginación.
Pero también se murieron las icoteas de tanto perseguirlas y apostar carreras con ellas. A los terneros de doña Susana les dieron cursos de tanto montar en ellos.
—Y a todos los muchachos nos dieron una pela.
MARSELLA: Vigencia de un Pueblo
Por : Antonio Mejía Gutierrez
EN EL COMIENZO ERA LA SELVA
En el Comienzo era la Selva. Las aguas eran vírgenes y la tierra esperaba él abrazo del hombre como doncella enamorada. La voz honrada de los patriarcas desplazó a los monos aulladores y el silbido de los arrieros acompañó al canto de los sinsontes. La villa fue fundada para vivir y morir en ella. Con vocación de permanencia. Con sentido de eternidad. La sangre se organizaba en las venas de gentes sin mancha que se apellidaban Palacio, Ángel, Vélez, Restrepo, Arango, Montoya. Los hombres oraban en el surco y las mujeres en el hogar. Y la palabra era Ley.
II — DESPUÉS FUE LA ALDEA
Crecieron los hijos y se multiplicaron como lo mandan los libros sagrados.
La Aldea se confirmó con el trabajo de todos. Entonces la Santidad se llamaba Monseñor Estrada; y la Medicina recibía el nombre del Doctor Correa; y la historia se llamaba don Célimo, y la Educación Carmen Emilia y la cultura, don Tomás.
Las veredas se poblaron de palabras sonoras como Miracampo, Bellavista, La Aurora y Cantadelicia. Los hombres eran honrados y las mujeres eran castas. Fue, tal vez, el mejor tiempo. El tiempo de la Aldea.
III — DESPUÉS FUE LA VIOLENCIA
Cuando la patria extravió el camino, las manos enterraron las herramientas y desenterraron los fusiles. El hombre había dominado la selva y construido las escuelas pero la fiera íntima de los corazones había saltado de la ¡aula. En Marsella se puso el sol durante varios años.
IV_ AHORA NOS QUEDA EL FUTURO
Marsella, mi pueblo, nuestro pueblo, está vivo y vigente. El pueblo que transformó la maraña; el pueblo que se consolidó después; el pueblo que sobrevivió a la guerra, es un pueblo que merece vivir. Ha conquistado su derecho, ha preservado su dignidad. El futuro es responsabilidad de todos. Y será como nosotros lo construyamos.
El desarrollo de los pueblos no es lo mismo que imitar a la gran ciudad. Es bueno y saludable recibir todas las virtudes pero no ios vicios de la gran ciudad.
El futuro no es solamente el crecimiento físico sino la calidad de la vida. Salud, Educación, Trabajo, Recreación y Cultura. La paz, el pan, el amor. Los valores de la aldea perdida, deben ser los mismos de la aldea encontrada.
HIMNO A MARSELLA
PALABRAS AL HIJO PARA QUE NO USE CAUCHERA.
Por:Antonio Mejía Gutierrez
Ahora estás en la cuna mi pequeño,
Pequeño compañero de la base.
Indefenso, asombrado, sorprendido,
Asustado milagro de mi sangre.
Pero un día serás ya todo un hombre,
Es decir, llegarás a niño grande.
Y quiero hacerte un ruego para entonces
en nombre del pueblito de las aves.
Las manos de los hombres fueron hechas
Para abrazar mujeres en la tarde,
Para pulir el barro, para el surco,
Para pintar cuadernos con imágenes;
Para reconocer a los amigos,
Para ayudar a un ciego allá en la calle.
De la naturaleza y de al vida,
Los ojos son los hechos más brillantes.
No es bueno que los ojos ni las manos
Se apliquen en asuntos que te amarguen.
No es bueno que se extienda tu estatura
Con los hilos de caucho en tus falanges.
La cauchera es traición, es alevosa,
Tiene el sigilo de los criminales.
Es una bomba atómica lanzada
Sobre los Hiroshimas de los árboles.
Hiroshima, hijo mío, una lejana
ciudad donde murieron muchas madres
por culpa de unos odios y una guerra
con muerte en cantidades industriales.
Los nidos son las cunas de unos niños
Más pequeños que tú y tus amistades;
Y el papá de esos niños, más chiquito,
Y más desprotegido que tu padre.
Vinimos a este mundo para el trigo,
Para aplaudir el trino y los arcángeles;
Para buscar el alma en las palabras,
Y para defender al que no sabe.
Nunca pongas los ojos ni las manos
en cosas que no sean muy amables.
No son para la muerte, ni la herida,
son para trabajar y enamorarse.
Por esos es por lo que te hago este ruego,
no quiero prohibirte ni alegarte.
Pero sabrás, espero, conducirte
En paz contigo mismo y con las aves.
Antonio Mejía Gutiérrez.
CORO
MARSELLESES, CANTEMOS LA GLORIA
DE LA PATRIA, EL HOGAR Y LA PAZ
Y QUE FLOTE FELIZ EN LA HISTORIA
LA BANDERA DE LA LIBERTAD.
I
DE LA FRANCIA DE JUANA DE ARCO,
VINO EL NOMBRE CON LA LUZ DE BONDAD,
HOY MARSELLA SE VISTE DE BLANCO,
CON LA ESTRELLA, EL TRABAJO Y LA CAL.
CORO.
II
MARSELLESES LOS NIÑOS PRIMERO,
PARA EL BIEN DE LA PATRIA ALCANZAR,
Y LOS NIDOS, EL ARBOL Y EL SUELO
DEFENDER, TRABAJAR Y CANTAR.
CORO.
III
UNA FLOR A LA MADRE EN SU DÍA
Y AL VECINO UN ABRAZO EN VERDAD,
QUE HAYA PAN, IGUALDAD Y TRABAJO
PARA TODOS EN PAZ, LIBERTAD.
Letra: Antonio Mejía Gutiérrez.
Música: José Santos Camacho.
Jorge Emilio Sierra Montoya nació en Pereira (1955), pero vivió su infancia y parte de su juventud en Marsella (Risaralda), municipio situado en pleno corazón del llamado Eje Cafetero del Viejo Caldas.
Fue Director del diario La República de Bogotá, tras haber desarrollado, desde su adolescencia, una intensa actividad periodística que se inició en El Diario de Pereira y La Patria de Manizales, donde también se destacó por publicar numerosos ensayos literarios, divulgados asimismo por el Magazín de El Espectador e importantes revistas nacionales.
Como periodista, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Ciudad de Manizales (1996) y fue nominado en dos ocasiones al Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en las modalidades de Reportaje y Entrevista.
Hizo estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas, y de Ciencia Política en la Universidad Javeriana, donde cursó un posgrado en Economía.
La Universidad Simón Bolívar le otorgó el título de Doctor Honoris Causa y le concedió su más alta condecoración, la Orden del Libertador.
Ha publicado los siguientes libros: Protagonistas de la economía colombiana, El pensamiento político de Gaitán, Buenos días, amor y Poemas para niños.
Esta obra, Historias y leyendas de pueblo, es un aporte a la historia local, regional, del Viejo Caldas, desde la colonización antioqueña hasta hoy, con base en experiencias recogidas a través de la tradición oral.
A MI PUEBLO DE INFANCIA
Jorge Emilio Sierra
Esas palmas centenarias,
mudas, altas, imponentes,
que rodean aquel parque
de mí pueblito natal.
Y esa fuente que en el centro
de la plaza aún parece
cristalino monumento
o un poema natural.
Y la iglesia esbelta, hermosa,
con dos torres gigantescas
que vigilan día y noche
al Maestro Celestial.
Y las casas de madera,
con sus colores de juego
que resaltan en las puertas
sobre paredes de cal.
Y las callecitas blancas,
donde largas procesiones
marchan con fe y esperanza,
sin temor por el final.
Y las flores que se asoman,
cual si apenas despertaran,
entre los tibios balcones
donde canta algún turpial.
Allí, en todas partes, vuelan.
los recuerdos de mi infancia,
como vuelan las cometas
por encima del guadual.
JORGE EMILIO SIERRA MONTOYA
Fue Director del diario La República de Bogotá, tras haber desarrollado, desde su adolescencia, una intensa actividad periodística que se inició en El Diario de Pereira y La Patria de Manizales, donde también se destacó por publicar numerosos ensayos literarios, divulgados asimismo por el Magazín de El Espectador e importantes revistas nacionales.
Como periodista, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Ciudad de Manizales (1996) y fue nominado en dos ocasiones al Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en las modalidades de Reportaje y Entrevista.
Hizo estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas, y de Ciencia Política en la Universidad Javeriana, donde cursó un posgrado en Economía.
La Universidad Simón Bolívar le otorgó el título de Doctor Honoris Causa y le concedió su más alta condecoración, la Orden del Libertador.
Ha publicado los siguientes libros: Protagonistas de la economía colombiana, El pensamiento político de Gaitán, Buenos días, amor y Poemas para niños.
Esta obra, Historias y leyendas de pueblo, es un aporte a la historia local, regional, del Viejo Caldas, desde la colonización antioqueña hasta hoy, con base en experiencias recogidas a través de la tradición oral.
Jorge Emilio Sierra
Esas palmas centenarias,
mudas, altas, imponentes,
que rodean aquel parque
de mí pueblito natal.
Y esa fuente que en el centro
de la plaza aún parece
cristalino monumento
o un poema natural.
Y la iglesia esbelta, hermosa,
con dos torres gigantescas
que vigilan día y noche
al Maestro Celestial.
Y las casas de madera,
con sus colores de juego
que resaltan en las puertas
sobre paredes de cal.
Y las callecitas blancas,
donde largas procesiones
marchan con fe y esperanza,
sin temor por el final.
Y las flores que se asoman,
cual si apenas despertaran,
entre los tibios balcones
donde canta algún turpial.
Allí, en todas partes, vuelan.
los recuerdos de mi infancia,
como vuelan las cometas
por encima del guadual.